“La Changuita”, humor, poesía y crítica social en un carrito
- November 7, 2025
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Un carrito de la costanera, La Changuita. Sus dueños, a la vieja usanza, vendiendo el popular chori, resisten. En el panorama de un día como cualquiera está el
Un carrito de la costanera, La Changuita. Sus dueños, a la vieja usanza, vendiendo el popular chori, resisten. En el panorama de un día como cualquiera está el
Un carrito de la costanera, La Changuita. Sus dueños, a la vieja usanza, vendiendo el popular chori, resisten. En el panorama de un día como cualquiera está el padre de la mujer de la pareja del carrito: un hombre mayor con problemas de salud conectado a un tubo de oxígeno, autodefinido como poeta maldito. Tiene prohibido recitar poesía porque dice barbaridades -soeces o no, principalmente cosas que se prefieren no escuchar- y tomar vino, que le hace mal y lo hace recitar más. En ese día cualquiera cae un influencer extranjero, prácticamente obsesionado con la cultura popular argentina, que promete un premio de 20 mil dólares a la historia que mejor refleje nuestro folklore. Antes de irse, filma al poeta maldito que recita “un montón de guarangadas que se hacen virales”, que el señor mayor aprovecha para que le dejen tomar vino. El grotesco está planteado, con su exacerbación costumbrista lastimera, en busca de los morlacos que ayuden a sobrevivir y, vergonzosamente, justifiquen la existencia.
“La imagen del viejo luchando por su salud y manteniendo su deseo a pesar de que es contraproducente para él me pareció muy simbólica de la situación y el momento”, dice Alejandro Lifschitz, dramaturgo y director de La Changuita, que los viernes de noviembre se presenta en Fandango Teatro. “El final fue lo que más me costó encontrar. Estuve un año y medio, dos años probando devenires y no lo lograba. Se me apareció cuando confié más en el desarrollo propio de lo que producía la obra con sus personajes”, agrega sobre la escritura que comenzó con la imagen del carrito de la costanera y fue sumando elementos según ensayaba y descartaba partes escritas desde cero.

Un ejercicio que le permitió entender a sus personajes según se presentaban las circunstancias. “Tuve que construir su contradicción, su humanidad. El influencer, por ejemplo, es un enamorado de la cultura popular argentina que no le perdona a sus padres haber nacido en Estados Unidos; cree que nosotros somos el futuro de la humanidad. No es un yanqui que viene a colonizarnos creyéndose superior, sino al revés: nos ve como superiores. Fue un personaje que apareció en la escritura y cuando apareció me gustó mucho: se ve fascinado por nuestra cultura pero no deja de tener un poder, los dólares.”

La obra se estrenó en junio pasado, y las devoluciones, dice Lifschitz, “no pudieron ser mejores”. “La gente resalta que es una obra súper divertida, de mucho humor, pero que a la vez tiene una trama y un conjunto de expresiones que están claramente hablando de otra cosa. Y también me pone muy contento que a cada uno le repercuta más una mirada que otra. Hubo gente que me dijo algo respecto al tubo de oxígeno con el que sucede algo en el final, que simbolizaba que se estaban llevando hasta los recursos naturales, hasta lo más vital. Uno me hizo un comentario sobre la gorra del influencer, que tiene el mismo color que el toldo del puestito. Para él representaba que el influencer tenía su propio puestito. Me habría encantado hacerlo a propósito (risas).”

La obra se presenta en Fandango Teatro, que también es creación de Lifschitz. “Era una casa totalmente abandonada. Venía dando clases hacía muchos años, siempre con la complejidad de encontrar lugares. Encontré esta casa muy grande que estaba muy arruinada, pero que también me permitía arrancar viviendo ahí, lo cual facilitaba la ecuación. Súper a pulmón al principio empecé alquilando y después de dos años se obtuvo el subsidio de compra que dio el Instituto Nacional del Teatro.” Recuperar un edificio para vivienda y enseñanza no es poca cosa para una ciudad y su calidad de vida, sin contar la parte cultural, que la realza.

“Ahora está asegurado que ahí funcione un teatro por lo menos por 20 años. A partir de ahí se empezaron a hacer obras y dar clases, y también funciones de todo tipo de cooperativas tanto de la ciudad como del resto del país. Es decir, también es trabajo para la gente, más allá de la remuneración económica que signifique. Más allá de que esto ahora me permite vivir, el teatro independiente no puede verse con un objetivo de lucro porque no es rentable. El modo de producción del teatro independiente se basa en otros valores, que no quiere decir que no pretendamos vivir de esto. Sería bárbaro, por supuesto. Pero los modos de producción no están orientados a ese fin. De hecho, son inviables desde ese punto de vista.”
-¿Cuánto dirías que te ahorraste en psicofármacos?
-(Risas) ¡Un montón! En psicofármacos y todo. Creo que me salvó la vida. Tampoco es un lecho de rosas. Pero hay una retribución espiritual muy importante. Y siento que es importante también para la sociedad. Veo una demanda importante por consumir cultura, vincularse en estos ámbitos. Acá la gente viene a comer al barcito de la sala y se producen intercambios que son súper interesantes. Es todo un movimiento vinculado con la cultura que a la gente le hace muy bien, a pesar de que se tiene que gastar un peso que por ahí no tiene.
Actúan: Javier Barceló, Graciana De Lamadrid, Alejandro Lifschitz, Aníbal Tamburri. Escenografía: Walter Maser. Vestuario: Mara Soraire. Luces: Miguel Madrid. Dramaturgia y dirección: Alejandro Lifschitz. Viernes a las 20:30 en Fandango Teatro, Luis Viale 108, Capital Federal.
