Cada show es como volver a jugar con tu mejor amigo
- June 8, 2025
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Entre 2023 y 2024, Kevin Johansen y Liniers realizaron unos 70 conciertos. Comenzaron en Estados Unidos, pasaron por Europa, siguieron por América Latina y ahora se reencuentran en
Entre 2023 y 2024, Kevin Johansen y Liniers realizaron unos 70 conciertos. Comenzaron en Estados Unidos, pasaron por Europa, siguieron por América Latina y ahora se reencuentran en
Entre 2023 y 2024, Kevin Johansen y Liniers realizaron unos 70 conciertos. Comenzaron en Estados Unidos, pasaron por Europa, siguieron por América Latina y ahora se reencuentran en Buenos Aires para tocar el 30 de abril en Niceto Club, antes de seguir por distintas ciudades del interior del país, Brasil y el viejo continente. Fue durante el tour que grabaron el disco en vivo Desde que te Madrid en el Teatro Albéniz, que editó Sony Music, y que saldrá en vinilo con láminas ilustradas por Liniers. “Se copó y está haciendo una lámina por canción”, dice Johansen.
Empieza la ronda de mate. Kevin y Liniers hablan del humor, la amistad y de aquello que empezó como un juego hace 15 años y hoy sigue como una obra en construcción: hasta Tom Johansen, el mismo que era apenas un niño cuando comenzaron con estos encuentros de música y dibujo, ahora participó de los conciertos.
Liniers, el dibujante y creador de tiras como Macanudo, que ilustró la tapa de la célebre The New Yorker, se sirve un vaso de soda y observa el chorro del sifón como un elemento añorado. “Lo lindo de irse es que volvés”. Hace casi una década se mudó a un pueblo de 3500 habitantes en Vermont, a cinco horas de Nueva York, donde da clases en la Universidad de la Historieta. “Hay un momento en que necesitás el rockandroll de la ciudad y los tacheros puteándose”, dice.
Kevin, que durante el verano estuvo girando con otro amigo, Paulinho Moska, se refugia en su familia —su mujer y sus cuatro hijos, Roy, Kimy, Tom y Miranda— y en las canciones que sacó en el último tiempo. Ahora se aferra al termo del mate como si fuera un bote salvavidas y contempla a su amigo. El tiempo pasa y ellos dos, como amigos antes que artistas, se vuelven a subir a un escenario juntos.
—¿Qué tal el reencuentro?
Liniers:—Es muy lindo, y sobre todo el reencuentro artístico.
Kevin Johansen:—Es que con Liniers son esas amistades que siempre están. Ayer lo saludé como si hubieran pasado unos días y en realidad hacía varios meses que no nos veíamos. Transcurre el tiempo y es esa confianza. Hay una frase que dice: “Hay dos cosas que no hay que forzar, la amistad y el amor”. Si lo forzás, no sucede.
L.:—Borges decía que la amistad no necesita cotidianidad. Tengo amigos que no veo hace tres años y cuando los reencuentro sigo con esa charla que dejamos la última vez que nos vimos. Con Kevin es así.
—El espectáculo tuvo distintas etapas y nació de una manera, pero fueron cambiando muchas cosas en este tiempo.
K.J.:—En realidad esta colaboración empezó con unos afiches con los pingüinos que me hizo para el disco Sur o no Sur.
L.:—Me acuerdo que me causó impresión ver los afiches grandes en la calle y notar que alguien se había llevado la parte de los pingüinos. Eso fue una buena señal.
K.J. —Después fue creciendo de a poco, a partir de la amistad natural que se dio con el tiempo: un asado, una charla y terminar diciendo: «¿Por qué no te subís al escenario para hacer un mural?».
L.:—Me gustaba la idea de trabajar con pinceles y mancharme un poco, pero entre bambalinas porque creía que si me subía le iba a matar la onda al espectáculo. En un momento estuve con mi pad haciendo cosas al lado del sonidista, pero Kevin vio algo. Lo bueno de él es que siempre está dispuesto a ver qué pasa. Durante un tiempo pensé que me estaba haciendo un favor a mí, para que me divierta, pero lo estaba haciendo por todos. Es como si te invitan a un asado y querés que todos disfruten. Kevin es así.
K.J.:—Para mí, su participación enriquecía el espectáculo. Literalmente, él hace algo que no se escucha y yo hago algo que no se lee. Ahí es donde nos complementamos. Después creo que se agradece esa dinámica interdisciplinaria. En algún momento alguien me preguntó si no me sentía amenazado. Por el contrario, me aliviana que me miren menos. No me gusta el foco todo el tiempo.
L.:—Eso lo noté al principio, cuando empezábamos y veía que la gente se divertía y hacíamos intercambio de roles. Cuando me calzaba la guitarra veía que todos estaban mirando la pantalla. Es medio hipnótico.
—¿Vieron otros espectáculos interdisciplinarios que los inspiraron?
L.:—Están Andy Warhol y la Velvet Underground, que están a nuestro nivel (risas). Lo que sí me alegra, ahora en serio, es cuando me cuentan que hay otros músicos y dibujantes que se unieron para un espectáculo.
K.J.:—Obviamente somos conscientes de que no inventamos la pólvora ni mucho menos. Es simplemente algo que disfrutamos como amigos y lo trasladamos al escenario. Cada show es como volver a jugar con tu mejor amigo. Pero nunca lo ensayamos. No hay algo guionado. Fuimos fijando en base a la improvisación cosas que encontrábamos. Liniers conocía los temas y sabía lo que iba a ilustrar, y yo confiaba, o desconfiaba.
L.:—Creo que la suerte que tuvimos es que con Kevin éramos amigos desde antes. Nos jodíamos como amigos. Entonces subió esa amistad al escenario y esa es la razón por la que podíamos improvisar. Que Kevin me diga algo, que haga un dibujo y no sepa por dónde voy y esperar si lo hago reír o no. Todo funciona por la amistad. Por eso nos animamos a hacer cosas y que Kevin me pida, también, cosas.
—Liniers, vos haces “arreglos” de las canciones con los dibujos.
L.:—Soy medio nerd a veces porque hay canciones en las que siento que estoy yendo con el ritmo y flasheo que estoy armonizando, como los Beach Boys.
K.J.:—La gente también disfruta de los accidentes del show porque allí suceden cosas. Abrazamos algo que dijimos o que nos fuimos por algún lado y que le hace bien al espectáculo. Cuando nos sale bien el accidente queda y lo repetimos. Si algo caduca, lo sacamos. Nosotros vamos sondeando la argentinidad por América Latina y España. En el segundo o tercer tema, donde Liniers ofrenda sus dibujos al público y los tira como aviones, hablamos de esa falta de humildad del argentino y se ríen mucho. Convengamos que el porteño tiene fama de un poquito agrandado, exhuberante, un poco para afuera.
L.:—Hay una manera de callarnos a los porteños: hablarnos de economía.
K.J.:—La gente disfruta mucho cuando nos reímos de nosotros mismos y todo este folklore alrededor de los argentinos, pero afuera la admiración que tienen por la cultura argentina es increíble. Nos quieren por nuestro cine, nuestra literatura, nuestro arte, pero también está bueno gastarse un poco porque la gente empatiza.
—Este espectáculo los une en un momento de madurez artística.
L.:—Siempre agradecemos con Kevin que nos fue bien cuando ya nuestra arquitectura psicológica estaba bien ordenada.
K.J.:—Nosotros decimos que somos los Paco y Ca7riel interdisciplinarios. Somos amigos hace más tiempo que ellos.
—Les fue bien con el espectáculo y se transformó en un “hit” impensado de sus propias trayectorias.
L.:—Es que lo que hago es siempre con mucho disfrute. Nunca hago trabajos que le “convendrían” a mi carrera. Cuando empezamos a hacer el show con Kevin había un momento que tocaba un tema y, como no sabía bien qué dibujar, pasaba adelante y bailaba como un nabo, como bailo yo. La gente se reía. En medio de ese charleston pensaba: “Che, Quino no hace esto”. Todos mis héroes eran tipos relativamente serios. Pero mientras bailaba pensaba que yo no quería dibujar para ser Quino. Empecé a dibujar historietas porque lo disfrutaba, y ese baile que hacía en el escenario, por una razón incomprensible, también lo disfrutaba.
K.J.:—En eso coincidimos estéticamente y éticamente. Ninguno de los dos quiere ser unidimensional. Él tiene un montón de personajes más allá de Macanudo. La música para mí abarca todas las sensaciones. Nuestra deuda es con Les Luthiers y su humor inteligente, la ironía y todo el teatro griego: la risa y el llanto, porque la música abarca todo. Vos tocás un fa sostenido y tiene algo hilarante, pícaro, y pienso en el humor que tienen los músicos que son grandes contadores de cuentos como el Negro Rada o Spinetta, al que le gustaba Tangalanga. Ahora ves a Paco y Ca7riel y juegan con el sin sentido, el humor, el absurdo y digo que bueno, porque hay un montón de profundidad en decir las cosas con gracia y reírse. El hecho de reírse no es superficial, con el humor se pueden decir verdades tremendas y, para algunos, incómodas. «
“My name is peligro” es uno de los 23 tracks del nuevo disco de Kevin Johansen y Liniers grabado en Madrid, pero también es uno de los temas donde participa Tom Atahualpa, uno de los hijos de Kevin, que toca la percusión. El joven músico participa también en “No voy a ser yo”, donde canta de invitado Jorge Drexler. “En ese momento que está Jorge (Drexler) es como que somos los tíos del pibe. A Tom lo vi subirse al escenario desde chiquitito cuando se ponía junto al Zurdo (Roizner) en la batería. Siempre tenía una actitud de seriedad, como que estaba laburando desde los tres años. Era un profesional desde chiquito”, dice Liniers del adolescente Tom Atahualpa, cuyos nombres están inspirados en Tom Jobim y Atahualpa Yupanqui.
Además de Miranda y Kim, que ya grabaron con su padre, Tom es otro de los que compartió música en este espectáculo y ya no se ve lejana la posibilidad que se integre a la banda de Kevin en el futuro “Viene tocando muy seriamente la bata. El Pipi Piazzolla me tiró una muy linda el otro día: “se toca todo y lo quieren todos”. Fue lindo escuchar de boca del Pipi que anda bien encaminado”, dice orgulloso su padre.
De gira con Liniers, a Kevin se le ocurrió que como estaba solo con la guitarra acústica podía sumar el cajón peruano que toca su hijo Tom Atahualpa para tener otros timbres sonoros. “Apenas ví que tenía el cajón le dije: ¿no querés subir a tocar que viene el tío Jorge (Drexler)?. Después le pedí de hacer algún otro tema como “My name is peligro”, que se la dediqué. Para mí, fue muy lindo tenerlo porque es un musicazo”, dice el cantautor.
La música y la convivencia cotidiana, en esta casa de Belgrano, acerca las brechas generacionales con sus hijos. Dice, entre risas, que ya se libraron del prejuicio de compartir canciones con su padre después de ver Ofertorio, el espectáculo de Caetano con sus hijos. “Me mata cuando Tom me tira flores y me dice que tal canción es un temazo, o me pide alguna que no hago hace tiempo. Es hermoso compartir. Es algo muy natural. Trato de no caer porque me emociono”, dice Kevin.