Nadie les dijo que iba a ser fácil.

Pero salieron adelante porque el compromiso y la vocación superaron ampliamente a los temores y las dudas.

Tiempo Argentino llegó a las 500 ediciones. ¿Solo 500? Sospecha de apreciación ligera de los cooperativistas. A la hora de hacer números no tuvieron en cuenta que muchos días, meses y años del 2016 para acá cotizaron doble. Y ni hablar del valor que tuvo poder sacarse de encima a patrones aventureros y a patotas indeseables.

Son demasiadas las hazañas que lograron hasta hacerse dueños de sus palabras.

Sobre la base del ensayo y del error reaprendieron los códigos de este oficio tan encantador como bastardeado. Fueron muchos los que, sin que los anillos se les desprendieran se improvisaron en tareas que nunca antes habían realizado. No se volvieron ricos (es más: probablemente sean tan pobres como hace nueve años) pero lo que juntaron en retribución simbólica y moral es incalculable. Seguro: aunque esos haberes no aparezcan en la liquidación del sueldo. Y tanto más, se reconvirtieron, se distanciaron de las dependencias, honraron el concepto cooperativo, levantaron una empresa sin ser empresarios, protagonizaron asambleas memorables que cada uno guardará en el corazón e hicieron lo necesario para que muchos quisieran asociarse al día a día solidario.

Decía el recordado Enrique Pinti en la canción final de su espectáculo Salsa Criolla: “Pasan las crisis, pasan las guerras / pasa la prensa sensacionalista / las prohibiciones, las listas negras / quedan los artistas”.

Desde el 2016 pasaron dos gobiernos y la mitad del tercero y miles de cosas más de aquí y de allá que el diario contó a su manera.

Por eso, queda Tiempo Argentino, quedan sus cooperativistas.

Démosle más tiempo al Tiempo en papel de cada domingo y al digital de cada día.

Felicidades.