El “efecto Eternauta” y la pregunta por el origen
- May 27, 2025
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El reciente estreno de El Eternauta generó un impacto no solo cultural, sino también subjetivo. En la semana posterior al lanzamiento de la serie las consultas en Abuelas
El reciente estreno de El Eternauta generó un impacto no solo cultural, sino también subjetivo. En la semana posterior al lanzamiento de la serie las consultas en Abuelas
El reciente estreno de El Eternauta generó un impacto no solo cultural, sino también subjetivo. En la semana posterior al lanzamiento de la serie las consultas en Abuelas de Plaza de Mayo se sextuplicaron: 106 personas se acercaron para saber si podrían ser hijos o hijas de desaparecidos. Una cifra conmovedora que abre una pregunta profunda: ¿qué le ocurre a alguien cuando empieza a dudar de su identidad?
La identidad es una construcción que comienza incluso antes de nacer. Somos “los esperados” o “la sorpresa” antes de ser concebidos. Durante la gestación, otros nos imaginan, nos sueñan y nos nombran, y así empezamos a heredar relatos que se suman a nuestra historia: “como el abuelo”, “como Maradona”. Esas narraciones se entrelazan con la propia desde el inicio y se vuelven parte del relato que construimos sobre quiénes somos.
Sartre decía que “somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros”, resaltando nuestro papel como agentes activos en la construcción de nuestra propia identidad. Sin embargo, para hacer algo con lo que hicieron los demás, primero hay que saber qué fue, en verdad, lo que hicieron. Por eso, cuando nuestra historia tambalea, tambalea todo lo que creíamos ser.
Desde el aspecto emocional, la duda sobre el origen puede provocar angustia, enojo, confusión o una sensación de traición. Pero también puede traer alivio: muchas veces permite comprender silencios, gestos o distancias familiares que antes no tenían explicación. Aunque no cambia el pasado, sí transforma el modo en que lo habitamos. Es un proceso que necesita tiempo, contención y escucha.
La memoria no es solo individual, es colectiva: Somos hijos de una familia, pero también de una época y de una historia compartida. Por eso, cuando una parte de esa historia se resignifica, también cambia el lugar que sentimos ocupar en el mundo. Descubrir que el propio origen podría no ser el que nos fue relatado puede desordenar toda una estructura psíquica.
Desde la psicología, acompañar estos procesos implica ofrecer un espacio donde cada persona pueda reorganizar su relato. No se trata de reemplazar una historia por otra, sino de integrar lo nuevo en lo ya vivido. Cuando alguien descubre que parte de su historia fue ocultada o falseada, atraviesa un duelo: se pierde algo, pero también se gana la posibilidad de acercarse a una versión más genuina de sí mismo.
Cada quien atraviesa a su modo la revelación de un origen distinto al que creyó toda su vida. Como no existen manuales que enseñen como atravesar ese proceso, lo importante es que cada quien pueda asimilar el descubrimiento a su propio ritmo, sin presiones ni juicios. En ese recorrido, el acompañamiento profesional es clave: no solo por las herramientas que ofrece para transitar el impacto emocional, sino también por la posibilidad de sostener un espacio de escucha, validación y construcción de sentido.
El trabajo clínico debe ser delicado. No se trata solo de reconstruir el pasado, sino de permitir que emerjan nuevas formas de narrarse. Porque la identidad no es un dato fijo, sino una narrativa en constante movimiento. No se trata de reparar “lo roto”, sino de permitir que emerja algo más amplio, que integre las cicatrices como parte de la propia historia. Las identidades no deben ser perfectas, sino reales.
El «efecto Eternauta» reactivó en muchas personas una pregunta que ya tenía respuesta: ¿quién soy? Acompañar esa búsqueda no significa dar respuestas cerradas, sino habilitar el tiempo y el espacio para que cada uno encuentre las propias. Porque, aunque somos más que nuestra historia de origen, saber de dónde venimos es fundamental para elegir hacia dónde queremos ir.
Santiago Silberman también es autor de Imperfectos