Salmos y traiciones
- June 28, 2025
- 0
Ramón Ismael Medina Bello se fue de Racing un año después de haber ganado la Supercopa. Había llegado desde Gualeguay, Entre Ríos, donde jugaba en el club Urquiza.
Ramón Ismael Medina Bello se fue de Racing un año después de haber ganado la Supercopa. Había llegado desde Gualeguay, Entre Ríos, donde jugaba en el club Urquiza.
Ramón Ismael Medina Bello se fue de Racing un año después de haber ganado la Supercopa. Había llegado desde Gualeguay, Entre Ríos, donde jugaba en el club Urquiza. Pasó por la cuarta división, vivió en la pensión bajo los cuidados de Tita Matiussi, y se hizo jugador profesional. En abril de 1989, mientras Racing agarraba una de sus curvas caóticas, el Mencho, que ya era un futbolista formado, se fue con sus goles a River. Salió campeón, lo convocaron a la selección y, sobre todo, cobraba al día. El trámite resultó doloroso para los hinchas de Racing, pero a la vez fue también inevitable.
Hubo enojos y algún reproche sin dejar de ver que su partida era la consecuencia de un club que vivía dentro de un estado de posguerra permanente. El Mencho, que siguió viviendo en Avellaneda incluso cuando ya era jugador de River, iba cada tanto a tomar mates con Tita, una segunda madre. La primera vez que jugó en el Cilindro contra Racing hizo un gol y tuvo el arranque eufórico de gritarlo. Se frenó en el camino. Los hinchas, con la herida a punto de cicatrizar, le recordaron algo que le quedaría para toda la vida: “Ole lé, ola lá, el Mencho es de Racing, de Racing de verdad”. El Mencho, con la camiseta de River, levantó los brazos para saludar a su gente, la de Racing.
Hubo otras historias más complicadas. Miguel Ángel Ludueña, también campeón de la Supercopa con Racing, se fue de un día para otro a Independiente y le balearon el auto mientras esperaba en un semáforo. Hugo “Perico” Pérez pasó en el medio por Ferro, pero había salido de las inferiores de Racing así que fue pasado a la categoría de traidor. Igual que Luis Carranza, el Betito, un chico que parecía la reencarnación con pelo largo del Loco Corbatta y que al poco tiempo de debutar se fue a Boca. Eran tiempos difíciles en Racing, lo sabía cualquiera.
No había redes sociales, no se hablaba todo el día en canales deportivos, tampoco se posteaban versículos del Nuevo Testamento a los que había que descifrar, y no había grupos de WhatsApp para hacer catarsis con otros hinchas. La bronca se gestionaba hacia adentro hasta el día en el que se iba a la cancha. Estos son tiempos donde todo pasa en 2x. El péndulo va del enojo a la celebración a toda velocidad. Los hinchas de River quizás recién ahora asimilan la partida de Franco Mastantuono al Real Madrid. Pasaron por un estado de negación, de ira, de decepción y, al final, de resignación y hasta aceptación, todas las posibles etapas del duelo futbolero. Mastantuono, que está por cumplir los 18 años, salió en fade, con una despedida fría y gris desde una Seattle distante.
Después vino lo que pasó con Maximiliano Salas. Si River se lo lleva desarma la dupla de goles y salmos que formó junto Adrián “Maravilla” Martínez. La bronca se disparó de cero a cien en Racing. Salas, una gran apuesta de Gustavo Costas, que lo conocía de Palestino de Chile, muy querido por los hinchas, se convirtió en el nuevo traidor. No sólo se iría a un rival de la dimensión local sino, sobre todo, a uno que compite en la Copa Libertadores, el objetivo de Racing. Pero, además, la autoestima académica se modificó radicalmente en los últimos años. Pelea con cualquiera. Es un Racing opuesto al de finales de los ochenta. A Salas se lo compara con Medina Bello por el físico, por el empuje, por la bomba en el pie, y ahora también por este posible pase. Los clubes son los mismos pero las épocas son otras. Era difícil pedirle al Mencho real que no se fuera más allá del amor a la camiseta. Con Salas es diferente. Este Racing es diferente.
Todavía, a esta hora, no está consumada la cuestión. Aunque se la da por hecha. Hay hinchas, de todos modos, que sostienen que ya no hay vuelta atrás, que Salas no se puede quedar. Los que conocen el scrolleo constante en el que vivimos -la era de la ansiedad- saben que todo pasa más rápido de lo que alguna vez pensó Julio Grondona. Que los goles acomodan todo. Pero queda el capítulo mil de una enseñanza: que a los jugadores hay que quererlos, disfrutarlos, pero de lo único que hay que enamorarse es del club. Salvo excepciones, por supuesto, que todo club la tiene. Como Racing la tiene con Lisandro López, uno del que bien valió la pena enamorarse, y que alguna vez dejó uno de sus versículos más sagrados para el racinguismo: el que se quiera ir, se tiene que ir.