El futbolista de la figurita
- October 11, 2025
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Miguel Ángel Russo apareció en el álbum de figuritas de México 86. Estaba ubicado entre Ricardo Giusti y Oscar Garré, justo debajo de Daniel Passarella, y en diagonal
Miguel Ángel Russo apareció en el álbum de figuritas de México 86. Estaba ubicado entre Ricardo Giusti y Oscar Garré, justo debajo de Daniel Passarella, y en diagonal
Miguel Ángel Russo apareció en el álbum de figuritas de México 86. Estaba ubicado entre Ricardo Giusti y Oscar Garré, justo debajo de Daniel Passarella, y en diagonal a Ubaldo Matildo Fillol. No debió haber sido agradable para él sino el recuerdo de una frustración porque Russo pertenece a esa lista de jugadores que fueron figuritas pero no jugaron el Mundial. Lo mismo puede decir Fillol de ese México, aunque el Pato ya había sido campeón en el 78 y venía de atajar en el 82, que también lo jugó Juan Barbas, otro que en el 86 fue figurita pero no mundialista.
Russo había sido uno de los jugadores más valorados por Carlos Salvador Bilardo en el camino a ese Mundial. Había sido su mediocampista en el Estudiantes campeón del Metropolitano de 1982. Russo como volante de contención entre los creativos Alejandro Sabella, José Daniel “Bocha” Ponce y Marcelo Trobbiani, el único de los cuatro que llegó a integrar el plantel de México.
Un debate que atravesaba al fútbol argentino, ya al calor de lo que sería la grieta entre menottismo y bilardismo, era si el volante central de la selección debía ser Russo o Claudio Marangoni, más elegante, más pasador, otra clase de mediocampista. Bilardo, sin embargo, sostuvo a su hijo deportivo, a pesar incluso de que el juego de la selección no levantaba vuelo y de que Russo arrastraba problemas en la rodilla derecha. Pero a principios de 1986, en un accidente doméstico, una caída en la bañera, lo que fue una desdicha insólita, terminó de lastimarla hasta requerir una cirugía. Russo se recuperó hacia el Mundial pero perdió terreno y se quedó afuera de la lista.
La historia acerca de cómo Bilardo tuvo que contarle que no iba a llevarlo la relató Russo en distintas ocasiones. “Cuando seas técnico me vas a entender”, le dijo Bilardo. Russo quizá lo entendió antes de serlo. Nunca mostró enojo. En estos días, cuando se recuerda todos los trazos de su vida a partir de su muerte, el último miércoles, se reflotó aquel episodio porque de alguna manera marcó también su tono como conductor. “Son decisiones” o “son momentos”, repetía ante alguna pregunta sobre algún tema pesado, formas de responder sin responder, sin entrar en polémicas, sin exponerse a él y tampoco a otros.
Pero también lo entendió cuando hubo que contarle a Marcelo Bravo, jugador de Vélez cuando él era técnico, que ya no podría jugar como futbolista profesional por problemas cardíacos. Ricardo Coppolecchia, médico del club, recordó el hecho por estas horas: “Tuviste la genial idea de incorporarlo al CT y hoy es un DT”. El propio Bravo, hoy a cargo de la Reserva de Vélez, también lo destacó. Saber administrar esos momentos fue un arte de Russo, su valía como entrenador por fuera del juego.
Quizá también entendió aquella vez, después de haberse perdido un Mundial, uno en el que la Argentina además fue campeona del mundo, que ya no iba a querer perderse nada más en su vida deportiva, que no iba a perder el tiempo de su vínculo con la pelota, sea como jugador de un único club, Estudiantes, o como el entrenador de tantos, adoptado como propio en Rosario Central, Boca, Vélez, Lanús o Millonarios de Colombia. Quizá entendió desde entonces que las cosas se viven.
Y entonces Russo, el futbolista de la figurita, el técnico de las decisiones y los momentos, el hombre al que le diagnosticaron siete años atrás le diagnosticaron cáncer, decidió vivir este último tiempo como entrenador de Boca. Porque no se trató de morir en el cargo, se trató de vivirlo. Russo nos enseñó mucho más allá del fútbol con este final. Algunos intentaron infantilizarlo, lo mandaron a su casa, a cuidarse, como si vivir fuera estar más tiempo en este lado y no estar donde uno quiere estar. Se trata de vivir, no de morir acostado. Russo puso su cuerpo débil al servicio de la causa Boca y Boca le dio el lugar para vivir este tiempo donde él quiso. Juan Román Riquelme era su amigo, un hijo futbolístico. Algunos a esto lo llaman códigos, pero en realidad son valores. También se trató de un gran acto de amor.