“Me siento un poco como una médium entre vaya a saber quién y la música”
- October 25, 2025
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La mejor manera de entrar a la música de Juana Molina es rendirse, olvidarse de las etiquetas y entregarse al viaje sonoro, a ese lugar fuera de la
La mejor manera de entrar a la música de Juana Molina es rendirse, olvidarse de las etiquetas y entregarse al viaje sonoro, a ese lugar fuera de la
La mejor manera de entrar a la música de Juana Molina es rendirse, olvidarse de las etiquetas y entregarse al viaje sonoro, a ese lugar fuera de la realidad ordinaria, un laberinto de ideas musicales donde a la artista le gusta perderse y jugar con sintetizadores análogos, loopers, bajo, guitarra, programaciones y voces. En el Bandcamp de Doga, su nuevo álbum de estudio, que subirá a las plataformas el 5 de noviembre, hay algunos intentos por darle un nombre a todo ese sorprendente mundo abstracto que enhebra delicadamente canción tras canción, melodía tras melodía: alternativa experimental, folk experimental, pop experimental, rock latino y synths.
Ella no quiere definir su música. No tiene sentido que los magos revelen sus trucos. “A veces me siento una médium entre vaya a saber quién y la música. Siento que las cosas aparecen, aunque las esté tocando yo. Una vez que terminé, y cuando me salgo de todo lo que hice, ahí puedo opinar: ‘esta parte me gusta más que esta, esta es horrible, esta no está muy buena, esta no sé qué es’. Pero en el momento en que lo hago, como que viene y viene”, dice Juana y mira hacia el techo distraídamente.
En su nuevo disco habla de siestas, desárboles, caravanas, tererés, gatos, zorzales, hermanas, hechicerías y hasta de un Rey Mono, un cuento popular chino anónimo que inspiró una de sus nuevas canciones y que sigue leyendo en una edición del sello Ciruela. “Es la historia de un rey mono muy violento, pero se supone que llega a ser sabio. Todavía no llegué a esa parte”, explica Juana recostada en el sofá, como si estuviera en una sesión de terapia. A la mañana se levantó con un dolor de cintura que no la deja caminar: sin embargo, no pierde el humor.

Su voz es serena y quiere hablar de todo el proceso de su nuevo disco Doga, el sucesor de Halo (2017), que el medio especializado Pitchfork de Estados Unidos elogió con la calificación de 8 puntos. En el medio pasaron otras cosas: el año pasado lanzó Exhalo, un EP de cuatro temas. En 2021 reeditó Segundo (disco que salió originalmente en 2000) y sacó Anrmal (2020), un álbum con grabaciones en vivo en México, donde sus canciones desarrollan una nueva energía.
“Siempre digo que las canciones son como una obra en progreso, porque vos llegás a cierto lugar con esas canciones, con esas melodías, con esos arreglos, y después, cuando las seguís tocando, ya siguen avanzando y se fraguan con los cientos de shows en vivo para llegar a una versión final. Hay muchos temas que todavía no llegaron a la versión final y me gusta que pase eso”, detalla Juana, que presentará en vivo los nuevos temas de Doga el 21 y 22 de noviembre en La Trastienda.
Si cada disco es una postal de un momento, Juana se ríe un poco de esa situación y del largo proceso que llevó la realización del nuevo material: “En todo caso, es una foto con una exposición muy larga. Esa de las cámaras de foto con bulbo”, bromea.

Ella dice que el tiempo transcurrido no se refleja en el disco: “No me doy cuenta de cuánto me influye mi situación, no sé, familiar, laboral, emocional en general. Por suerte, cuando empiezo a tocar entro en un mundo que está muy lejos de todo lo otro, de lo que podríamos llamar la realidad. No sé. Entro en otro plano que es la de la música pura. Sin ideas, sin preconceptos, sin intenciones. Sobre todo eso, sin conceptos y sin intenciones, y libre. Libre”, repite la artista, que aparece en la serie En el barro, donde hace de una presa llamada “Piquito”, que anda siempre con un conejo de trapo llamado El Bubi.
Juana Molina, protagonista de uno de los programas más populares de la televisión en los ’90, Juana y sus hermanas, es hija del cantor de tangos Horacio Molina y la actriz Chunchuna Villafañe. Esos universos de la música y la actuación convivieron con ella desde niña. Su padre le regaló una guitarra a los cinco años y empezó a inventar melodías con pocos acordes. A los 62 años, Juana mantiene ese espíritu lúdico que desarrolla en cada disco.
“Es que el tema de la edad está en el cuerpo nada más. La mente y el espíritu van creciendo, se van refinando, pero no es que desaparece lo que ya existía. El niño sigue con uno. Eso no cambia”, reflexiona.
Esa invención del mundo musical, donde pone notas donde supuestamente no deberían ir, y crea una música que es como un campo magnético que produce una atracción irresistible, se vale de elementos que muchas veces parecen disociados, pero que en sus composiciones, en el diálogo de los instrumentos, encuentran un hilo conductor, una forma de representar algo que en esencia es inasible, que está en el aire.
“Creo que quizás esa es una de las ventajas de no saber música. Tenés que ser muy, muy, muy libre, para que la teoría no te condicione y dejar que se manifieste lo que se quiera manifestar”, asegura en modo Jedi. Y desanda una teoría: “A veces hay muchísimas notas muy disonantes en mis canciones que, en el conjunto, quedan bien; y a veces, cuando estoy sola con la guitarra y toco esa nota, digo: ‘Acá tengo que hacer algo porque es too much’. Pero todo es como una ronda de instrumentos que se van dando la mano y se entrecruzan entre sí, y en los intersticios pasan cosas. Serían como el huevo que une toda la torta. Algo así”.

La artista vive en una quinta de su abuela en Pacheco, retirada un poco del mundo, encerrada a veces por horas en la sala de ensayo donde tiene montado su set de sintetizadores, guitarras y una loopera. Allí se graba y experimenta la música.
“Se me ocurren las ideas cuando estoy ensayando. Para mí, ensayar es como una gimnasia: no es que practico los temas. Practico la mecánica, que es bastante compleja: cómo grabar, habilitar un sonido antes de empezar a tocar la guitarra, porque si no, después no lo podés tocar. Entonces, ahí improviso mucho, y de esas grabaciones que estaban en la loopera salieron varios temas del disco, como ‘Intringulado’ o ‘Caravanas’. Surgieron de improvisaciones y cosas muy chiquitas. Viene la guitarra, la melodía, el ritmo y el tema está armado. Después hay que pulirlo, producirlo, cambiar un poco de tono, hacer esto o aquello, pero lo esencial está”, cuenta.
Cuando está en su casa, es la naturaleza la que se mueve. Un pájaro canta. El viento mece un árbol. Una luz diáfana se cuela por la ventana. El sonido de un vendedor de frutas irrumpe en el silencio de la siesta. Un vecino pone música fuerte por la noche. El ladrido de los perros se encadena como si dialogaran de una cuadra a la otra. Y Juana sigue tocando, haciendo notas imposibles en la guitarra o el teclado, o poniendo capas a su música, una tras otra, en trance, dejando que esa energía la tome por completo y se pierda en la música, para dejar de ser Juana Molina y convertirse en una entidad emisora de algo que no sabe cómo definir. Algo que baja, se instala y se queda el tiempo que crea necesario.

Ella disfruta más del espacio al que la lleva la música que de hacer letras de canciones. “Fue lo último que hice. No me gusta que las letras sean como esa bolsa de gatos donde todos están peleando por salir a los codazos”. Incluso sigue pensando en hacer un disco instrumental con muchas composiciones que quedaron afuera de Doga. “Hay mucho material”, dice Juana, que habla con pasión sobre la música, sobre el diálogo entre los instrumentos, sobre la mezcla en los discos, sobre la magia de una batería, sobre lo que no sabe de música y sobre lo que le dijo aquella vez Leda Valladares, una de sus citas preferidas: “Yo canto para decir, vos decís para cantar”.
Frente a la incomodidad de romper con el sortilegio de la música, el tiempo le dio un método: “Primero busco si hay algo o un sonido que me tira algo. En ‘Siestas ahí’, me pareció que esa música decía ‘Cuando vamos cerca…’. Yo canté eso. Una vez que tenés eso te acota todas las posibilidades de la letra, y por suerte te mete ahí; pero cuando no hay nada, todo me parece un intruso, como un rompenidos”.
Juana sigue recostada en el sofá y dice que las canciones son como marsupiales. Le gusta esa imagen. Así es el mundo de Juana, casi como el de la poeta Marosa Di Giorgio, que empleaba la poética de la imaginación para construir un bestiario donde lo sencillo y lo complejo se vuelve surreal y cotidiano. No hace falta explicar nada más. Hay que dejar que la música de Juana hable y baile por sí sola.

Juana Molina presenta Doga el viernes 21 y sábado 22 de noviembre a las 21 en La Trastienda,
Balcarce 460 (CABA).
Doga – Juana Molina

Doga es el octavo disco solista de Juana Molina, editado por su propio sello, Sonamos. El proyecto comenzó a gestarse en 2022 en el estudio Sonorámica, en Traslasierra, y tomó forma definitiva a mediados de 2024 junto al productor Jorge Haro.
Ambos delinearon el concepto sonoro del álbum. “Quiero que sea como un cuadro, que vos veas la imagen final”, dice Juana que le propuso Haro.
Las diez composiciones proponen recorridos musicales de giros imprevistos: ese es el arte de Juana como compositora. “Uno es árbol” abre el disco con una secuencia de sonidos que podrían ser los de un elefante o un acople, que se enlazan con la matriz percusiva de un drum’n’bass orgánico, un pulso bailable que funciona como loop sensorial y marca el inicio del viaje.

Con arte de tapa de Ale Ros, Doga podría leerse como un sismógrafo emocional de la naturaleza —el pulso eléctrico de los hongos— y de los seres humanos. Se revela con un espíritu más solar que Halo (2017), como se plasma en canciones como “Siestas ahí” o “Caravanas”.
También están los temas de carga más virulenta, como “Desinhumano”, o los de un narrador más cínico y sonido oscuro, como “Indignan a un zorzal”, que dice: “Qué difícil es venir y aplaudir / esta obra de teatro tan tonta”. O los pasajes más enigmáticos, como “Intringulado”, que arranca con aire de milonga, o “Rina soi”, con su tarareo lúdico en el idioma Juana, que cierra en clave morse, enviando señales destinadas al subconsciente.